El cielo resplandeciente de un día radiante no tardó en desplomarse, cómo si fuese la infalible caída de las Torres Gemelas en el septiembre de 2001 (sólo para hacer un poco de historia en la década pasada) con la minuciosa diferencia de que en vez de ser unos terrorista quienes fueren los propulsores, esta vez los saboteadores lo fuesen los hombres como producto de los destrozos naturales que paulatinamente desarrollan en la transeúnte década.
A las 15.30 aproximadamente el cielo adquiere un pigmento lentamente oscuro, las nubes se desintegran, tras dejar atrás el vigoroso blanco, similar al de la impecable blancura de las ropas de dicho color que hiciera el mutifacético Fabián Gianola en la prueba de la blancura de la publicidad para una de las reconocidas marcas de jabón en polvo. Media hora después caen las contundentes gotas como si fuesen precipitaciones de aglomerado de clavos que no tienen escrúpulos para pinchan techos tanto de casas como de cualquier tipo de rodado que se encuentre a la intemperie (e incluso cualquier ser viviente que esté en la misma situación). La intensidad duró 20 permanentes minutos y la desaceleración un ahora reloj, siempre acompañada de la sofocante temperatura que no superaba a los 40°C.
El particular cinematográfico choque de la esquina, que saltó a la fama esta vez por su desenlace y no por su fatalidad
Concluida la fortuita tormenta, en la intersección entre la Avenida 9 de Julio y calle 20, dos jóvenes que circulaban en un a moto Guerrero de 220 centímetros cúbicos, embisten en medio de la inercia que transmite la velocidad de 60 Kilómetros por hora, estimativamente, a un peatón de un metro cincuenta, con escasez capilar color ceniza, pupilas dilatadas mezcladas con un tono rojizo en sus entornos inferiores y aliento a alcohol. El hombre emite palabras con virulenta agresividad hacia los motoqueros, estos frenan previo a la actitud del damnificado para cerciorarse del estado en el que remitió el geronte.
Luego de la actitud de enfado, prosiguen intentos concretos de golpes para el acompañante del chofer del ciclomotor. Pero él se protege con sus brazos la cara y señala que el conductor es el otro adolescente. El abuelo en estado de ebriedad lo evoca con una precisa piña dirigida en el ojo. Él actúa de igual manera y devuelve el misil manual, sin éxito, por ende opta por patear la ingle de su verdugo. En ese momento aparece otro muchacho con el importante detalle de caracterizarse por poseer alrededor de dos metros de altura, una contextura musculosa tanto en sus brazos y piernas como en su torzo con motivo de defender al anciano. A mitad del transcurso en el altercado, interviene la policía, que los separan y toma sus respectivos datos, y se sumerge en el meollo del conflicto. Los efectivos acuden al traslado de de los infractores viales en la comisaria 9°, más conocida como la de "El Golf" (por estar ubicada en ese barrio).
Camino a la comisaría uno de los demorados llama a un amigo para explicarle lo acontecido, inmediatamente él va a avisar a la madre, ella se encamina a la dependencia policial, su hijo y sobrino por su parte están en la sala de sanidad (el tramite que se realiza para constatar los estados de salud de los implicados en este tipo de acontecimientos, es decir para controlar las posibles heridas, en este caso). La tutora y titular de aparato protagonista de la discordia vial, firma los documentos pertinentes para poder retirarse. Finalmente una vez llegados a su casa los primos vuelven con heridas leves, uno en su pierna derecha y el otro en su codo y en la parte superior de su cabeza como consecuencia del ineficaz cálculo que esquivo cuando estuvo a punto de recibir la capciosa paliza pero en la manibra por eludir colisionó con la pared de la medianera de un comercio aledaño.
Por otra parte la que sufrió heridas graves y provee una latente y prolongada defectuosidad es la figura estelar del enfrentamiento, osea, la moto que además fue acreedora de las posteriores ráfagas de las potentes partículas de hielo que se prolongaron en toda esa noche y obviamente destruyeron al techo que la resguardaba.
ERIKA JAZMÍN INSAURRALDE
No hay comentarios:
Publicar un comentario